La verdad es que el nombre Felix, suena parecido a la palabra feliz; en el caso de esta persona a quien tuve la suerte de conocer hace más de 25 años, el nombre y la palabra se conjugaban muy bien, que casi podíamos decir: Felix, hace honor a su nombre.
Lo conocí paraplejico sobre una silla de ruedas, en lugar de estar sentado, cosa que no podía hacerlo, estaba más bien acostado hecho un ovillo. No podía hablar palabra alguna, su forma de comunicarse era por medio de una tablilla con las letras(abecedario) colocado a un lado de su pie derecho y con un dedo de ese mismo pie señalaba las letras e iba formando la palabra que deseaba expresar.
La palabra más recurrente que él formaba en su tablero, para dirigirse a las personas que iban recogerlo y llevarlo a participar en la Eucaristía era: gracias hermanos por venir a verme.
Siempre lo vi sonriente y en primera fila frente al celebrante. Yo lo veía feliz cada vez que recibía el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía. Porque la alegría y la felicidad se notan, se reflejan externamente. Así lo veía yo, feliz, siempre feliz; no obstante su limitación física, no paraba de sonreír.
Hace más de 20 años que deje de verlo, porque me enviaron a trabajar en las misiones a otros lugares. Después de ese tiempo he vuelto y la verdad es que le echado de menos, tengo un vivo recuerdo de él. Hace tiempo que ya partió para la casa del Padre, sus días finales no se como fueron, tengo deseo por saberlo ya veré la forma de acercarme a los suyos para que cuenten parte de su historia, su pasión por Jesús y por la vida; porque hay saber amar la vida, para valorarla tal como él la valoraba viéndose en el cuadro en que estaba.
Espero encontrar a su ángel, su esposa que con la paciencia de Job, cuidaba de él como una madre cuida con amor y ternura a su pequeño. No es curiosidad querer tener noticias de Felix el hombre Feliz, es sobre todo deseo de refrescar mi corazón y mi memoria y reforzar la lección de que de se puede ser feliz con poco, de que se puede sentir amor en medio del dolor, porque también es cierto de que no hay amor sin dolor, como no hay redención sin pasar por la cruz. Eso no es masoquismo, es amor cristiano, es amor del bueno.
Somos árboles en el bosque de la vida, que nacemos con los primeros rayos del sol, con el correr de las horas, los días sin control: el viento, la lluvia, el frío o el calor, nos van quitando hojas, la savia que es la vida y la vida misma va llegando a su fin.
No morimos de golpe, nos vamos yendo de a pocos, como los árboles ven volar sus hojas, las mismas que van a parar a la tierra y a ser parte de ella.
Como los árboles, despiden a sus hojas, vamos despidiendo a los nuestros, vamos diciendo a Dios a nuestros seres queridos.
Como los árboles van muriendo en cada hoja que pierden, en nosotros los humanos, algo de nosotros muere cuando alguien de los nuestros se va para no volver más