domingo, 29 de diciembre de 2013

                   " Todo empezó en una Navidad".

Cuando tenía la edad de trece años, haciendo de pastorcito en las fiestas de Navidad, en ese pequeño villorio de los andes del norte del Perú.  Eran eso de las 11 de la mañana; los niños que hacíamos de pastores fuimos a buscar al niño y fui yo quien lo encontró primero y por no poner en compromiso a mis padres, organizando una pequeña fiesta e invitar una comida a todos los concurrentes; me hice de la vista gorda y pasé de largo, cómo si no hubiera visto nada.  Y hasta  le di un pequeño  puntapie a la figura del niño.

El cinco de marzo de ese mismo año, cuando me aprestaba a ir al colegio a la ciudad de Piura. Sufrí una  terrible caída de un árbol y ese mismo pie con el había topado a la figura del niño, se fracturó de forma terrible que casí pierdo ese lado de extremidad.

En mi convalencia  jamás pensé que fue un castigo de Dios, como tampoco lo pienso ahora; sólo le pedía que Dios me sanara y después hiciera de mí lo que él quisiera.  De todas maneras fui a estudiar a la ciudad, rengueando y con retrazo. Pasaron seis años desde entonces y un día menos pensado,  por esas mismas fechas navideñas, empecé a sentir y a creer de que Dios me llamaba  a ser su misionero  y sin yo merecerlo.

Y de esa historia se van a cumplir  treinta hermosos años; 25 años de consagrado como misionero Redentorista que se cumplen este 5 de Enero que vamos a empezar.  Coincidencia o no, todo empezó una mañana soleada de Navidad. Por mi parte no tengo boca, ni labios para agrader por todo lo que Dios ha hecho y sigue haciendo por mí. Lo que hago por él y por las personas a quienes me ha enviado, no es nada en comparación con las multiples bendiciones que Dios derrama sobre mí.               

          

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